No pocas veces me he interrogado acerca de muchas cosas de mi vida, el camino por dónde he ido y las decisiones que he tomado y de todo lo último no tengo muchos reproches que hacer. Pero si en relación a unos cuántos actos de la niñez. Si no fuera porque soy mía, ya me hubiera ido de mí hace rato. Todo empezó cuando comencé a cazar mariposas nocturnas. Enrollaba y desenrollaba su larga y espiral trompa, las revisaba por todos lados y a veces las despojaba de sus alitas, aunque casi siempre sin querer. Me perdía horas con ellas, tumbada en el suelo, bajo el poste de luz, de donde bajaban a interactuar conmigo, en una calle solitaria en la que una carretela o una carreta con bueyes irrumpía cada tanto la usual paz del lugar. Ésas son las heridas que porto y están inscritas en mí, como en un patriota los colores de su estandarte. Aproposito de eso, hoy mientras molía ajos, en honor al asado de fiestas patrias, sobrevino una mágica revelación: mientras presionaba el ajo contra el mortero, salieron a relucir esos pequeños pétalos transparentes, que le recubren poco antes de llegar a la pulpa. Esos pequeños pétalos recrearon en mí a las mariposas, sobretodo un capítulo que había olvidado. Un mal día, con el sol ardiente de enero pozado sobre mi cabeza, (lo recuerdo porque me ardía), mi acrobática mano atrapó en el aire una mariposa naranja con manchones negros, intenté apresarla sin destruir su frágil cuerpo, en lo cual, ya me había especializado. Para sostenerla debí agarrarla de sus alas, las que agitaba vigorosamente contra mis dedos.
Sentía su energía, sentí también que la estaba desmembrando, la aventé hacia arriba en un intento culposo de liberarla, pero se tumbó justo frente a mis pies. Mis dedos estaban repletos de ese polvillo mágico, anaranjado y brillante, que evidenciaba mi delito. Empuñé mi mano y corrí hasta el lecho de muerte de la abuela. Cerré mis ojos y con devotas lágrimas la ungí con un beso en la frente y otros en sus ojos, luego de un poco de ese polvillo mágico en sus dormidos párpados, acaricié sus manos y recorrí ávida su cara, invocando a todas las mariposas. (Semanas antes había estado yo pidiendo a Dios por ella y aunque estaba segura entonces que me escucharía, porque bien sabido era, que él siempre escuchaba a los niños, descubrí que no era así, quizás por eso desde aquel día, lo castigué enamorando a sus hombres más cercanos). En el fondo de mí, creo que mis ojos sólo buscaban verla abrir los suyos, en cambio sólo me conformé con que las mariposas la alcanzaran y guiarán de regreso a casa. Sabía que aunque sin querer lastimé a viarias de ellas, me conocían bien y eran incondicionales, Dicen que la herida que se fragua al ardor del ajo tarda mucho en cicatrizar, pues de seguro ha de haberse atravesado uno de éstos, entre esas alitas y yo, porque aún no las olvido. Y una siembra entera entre el creador y esta criminal.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
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Es todo un pensamiento y fundamento que haces sobre tu entorno, deberias poner estas publicaciones en facebook , tendrian muchas visitas... te felicito me encantar leer todas tus lineas.
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