miércoles, 23 de septiembre de 2009

ESCAMOSO BRILLANTE

No pocas veces me he interrogado acerca de muchas cosas de mi vida, el camino por dónde he ido y las decisiones que he tomado y de todo lo último no tengo muchos reproches que hacer. Pero si en relación a unos cuántos actos de la niñez. Si no fuera porque soy mía, ya me hubiera ido de mí hace rato. Todo empezó cuando comencé a cazar mariposas nocturnas. Enrollaba y desenrollaba su larga y espiral trompa, las revisaba por todos lados y a veces las despojaba de sus alitas, aunque casi siempre sin querer. Me perdía horas con ellas, tumbada en el suelo, bajo el poste de luz, de donde bajaban a interactuar conmigo, en una calle solitaria en la que una carretela o una carreta con bueyes irrumpía cada tanto la usual paz del lugar. Ésas son las heridas que porto y están inscritas en mí, como en un patriota los colores de su estandarte. Aproposito de eso, hoy mientras molía ajos, en honor al asado de fiestas patrias, sobrevino una mágica revelación: mientras presionaba el ajo contra el mortero, salieron a relucir esos pequeños pétalos transparentes, que le recubren poco antes de llegar a la pulpa. Esos pequeños pétalos recrearon en mí a las mariposas, sobretodo un capítulo que había olvidado. Un mal día, con el sol ardiente de enero pozado sobre mi cabeza, (lo recuerdo porque me ardía), mi acrobática mano atrapó en el aire una mariposa naranja con manchones negros, intenté apresarla sin destruir su frágil cuerpo, en lo cual, ya me había especializado. Para sostenerla debí agarrarla de sus alas, las que agitaba vigorosamente contra mis dedos.
Sentía su energía, sentí también que la estaba desmembrando, la aventé hacia arriba en un intento culposo de liberarla, pero se tumbó justo frente a mis pies. Mis dedos estaban repletos de ese polvillo mágico, anaranjado y brillante, que evidenciaba mi delito. Empuñé mi mano y corrí hasta el lecho de muerte de la abuela. Cerré mis ojos y con devotas lágrimas la ungí con un beso en la frente y otros en sus ojos, luego de un poco de ese polvillo mágico en sus dormidos párpados, acaricié sus manos y recorrí ávida su cara, invocando a todas las mariposas. (Semanas antes había estado yo pidiendo a Dios por ella y aunque estaba segura entonces que me escucharía, porque bien sabido era, que él siempre escuchaba a los niños, descubrí que no era así, quizás por eso desde aquel día, lo castigué enamorando a sus hombres más cercanos). En el fondo de mí, creo que mis ojos sólo buscaban verla abrir los suyos, en cambio sólo me conformé con que las mariposas la alcanzaran y guiarán de regreso a casa. Sabía que aunque sin querer lastimé a viarias de ellas, me conocían bien y eran incondicionales, Dicen que la herida que se fragua al ardor del ajo tarda mucho en cicatrizar, pues de seguro ha de haberse atravesado uno de éstos, entre esas alitas y yo, porque aún no las olvido. Y una siembra entera entre el creador y esta criminal.

jueves, 17 de septiembre de 2009

MONEDAS ROTATORIAS

Sabes creo que me recuerdan al padre Polidoro cuya capilla quedaba cerca de mi casa, creo que era la única persona que en semanas pasaba por nuestro camino, toda vez que me veía ponía su mano en mi cabeza y me desordenaba el pelo, luego me regalaba unas monedas, se alejaba lento y sonriente, con enormes trancadas, volteando a mirarme una que otra vez y mi mirada lo cuidaba hasta que se perdía en el camino. Momentos después, yo corría hacia el lado contrario, rumbo a la grutita que estaba un poco más allá a la orilla junto a las piedras, me arrodillaba con devoción y temor, observaba una pequeña figura de la virgen, con la cabeza trizada, que parecía sonreír, los restos de velas algunas aún encendidas y un viejo florero improvisado con la mitad de una botella, con el agua estancada y sucia dentro, unas calas y flores silvestres adornando y una tarjetita de un santo malherido con numerosas flechas, que se incrustaron en mi memoria, por lo demás algo quebradiza y arrugada. En cuclillas, absorta, respirando el olor a las velas, el sonido del agua del estero que corría vigorosa de junto, la soledad que emanaba del sauce llorón a mis pies, casi presa de un encanto y mis manos tímidas acercándose a la esperma derretida, formando bolitas, que escondía entre mis ropas, y que desaparecían en las de mi madre por las mañanas. Ya perpetrado el delito, y las bolitas seguras en mi bolsillo, dejaba las monedas que el padre Polidoro me obsequiaba y corría de regreso a casa, como alma que se lleva el diablo, sin mirar atrás y así día tras día, hasta que una vez, un nuevo acontecimiento coloreaba esos apacibles días. Pasaban, más bien irrumpían los gitanos por mi casa vendiendo enormes pailas de cobre y collares de monedas, situación que sólo observé desde lejos, escondida entre las piernas de mi madre y bien cerca de sus brazos, porque bien sabido era, que los paisanos se robaban a los niños. Para cuando pasó el padre Polidoro y me dió como de costumbre sus monedas, se me ocurrio la genial idea de hacerme mi propio collar, y terminé martillándome casi todos los dedos, no logré hacer que entrara ni un solo clavo, apenas unas marcas les saque a las condenadas monedas, que ya harta de intentar, dejé en la gruta como siempre. Al otro día veo acercarse al padre polidoro, de cuyo brazo me colgué, me sacudió los rizos como siempre., limpio mi nariz moquillenta con su larga y negra túnica con olor ha guardado, a viejo y a iglesia.Tomó mi cara entre sus enormes manos, dirigiéndola hacia el cielo, hacia sus bellos ojos color turquesa y sonrió al darme las monedas, de pronto me quedo mirándolas y algo diferente capturó mi atención, descubro las marcas que con mi martillo había dejado apenas la tarde anterior, sólo entonces caí en la cuenta que el viejo padre Polidoro las robaba de la gruta para mí y yo a la vez las obsequiaba feliz a la imagen de la virgen que albergaba la grutita, después de todo, aún era muy pequeña para entender el valor del dinero, además no habia tienditas por allí, mis padres se abastecían cada mes y con nuestra chacra no necesitábamos más. de modo que las monedas rotaron de su mano hasta las mías por largo tiempo, sin que ninguno de los dos se percatara, sólo hasta entonces. Una dolorosa y fría Mañana el pueblo amaneció huérfano y llorando. Desde lejos corría hasta nuestra casa la Sra Rosita trayendo la terrible noticia, mi madre me abrazo y no tuvo que decírmelo, lo oí mientras se lo contaban a ella y aunque aún no comprendía bien lo que era la muerte, presentí que él jamás volvería. No fui a su funeral, porque estaba herida, él nos había dejado, solo con el tiempo entendí, que siempre estuvo con nosotros.